jueves, 27 de junio de 2013

Hola-nda

Ya solo queda una semana. A estas horas dentro de una semana estaré en Holanda durmiendo, y rezando para que no me roben el poco dinero que llevaré.

Hasta que no he terminado los exámenes no me he dado cuenta de lo poco que faltaba y claro, ahora viene el miedo a que todo salga mal, a que por cualquier casualidad te quedes sin dinero, te quedes sin un lugar donde dormir y haya que volver con el rabo entre las piernas a España. Pero prefiero tener que dormir en un cajero o en un banco en la calle antes que volver. Por mis cojones que si. Aunque haya que vender el culo (no literalmente) para poder ganar algo de dinero para comer.

Os enviaré postales diciendo lo bien que va, que no me he muerto y esas cosas, tranquilos. Tranquilos a los que os importe, claro. Y bueno, el caso es que seguro que es una experiencia genial y probablemente me enamore tanto del país que no quiera volver nunca a España, porque seamos justos, España deja mucho que desear como país. O quizás ha sido solo este año. Aunque la verdad es que he hecho muchas cosas. Bueno, más que año curso. Me he dado cuenta de que mido el tiempo por cursos en vez de por años. El caso es que he hecho cosas chachis y cosas no chachis, pero esto va a ser lo más chachi. Menos lo de ayer, jo, compré cuatro libros de segunda mano por diez euros y dentro de uno me encontré esto:
Jopetas, como me gustaría conocer a Jacobo. El libro era viejo, así que seguramente fuera de los padres de Jacobo, que usaban esto de marcapáginas, pero me parece fatal que lo vendiera sin sacar antes esto. Es que es superbonito, aunque se note que lo han escrito los padres. Es una tontería, pero me alegró la tarde.

Que seáis felices pataliebres, yo lo intentaré.

(Y perdón por el título.)

Ostras, se me olvidaba. Ayer conocí a un tío que se llamaba Euclides. Y encima era brasileño y físico biomédico. Peaso nombre donde los haya.

jueves, 25 de abril de 2013

Dos minutos


Faltaban dos minutos para que llegara el metro, dos minutos que pasaría leyendo sentado en el suelo del andén. Eso es lo que la gente veía, a un tipo sentado en el suelo leyendo. ¿Sería en ese vagón? Por dios, ¿y si fuera en el siguiente?¿Cómo podría saberlo? Ni siquiera se cuestionaba que quizás no fuera hoy sino mañana. Se quedó congelado, viendo pasar el metro, vagón tras vagón.

Faltaban cinco minutos para que llegara el metro, cinco minutos que pasaría leyendo sentado en el suelo del andén. O quizás seguía sin leer, con la mirada perdida como siempre, enfocando a ninguna parte. Esta vez se montaría, aunque no sabía muy bien para qué o por qué, si esperaba encontrar algo que sabía que no iba a estar ahí. Si, iba a entrar, a sentarse y a buscar con la mirada cada antebrazo, como si el tiempo en verdad no hubiera borrado esa imagen. Pero era evidente que la había borrado, todo había sido dejado atrás. ¿Quizás eso que se intuía por encima de la muñeca era...? No, no podía serlo. Evidentemente no lo era.

Tendría que esperar hasta que su piel se arrugara y los gatos se hicieran viejos. Distinguiría esos dos rayos verdes en cuanto los viera. Pero no sabía si seguiría buscándolos cada día. Todos los días viendo pasar los vagones uno tras otro, sabiendo que no iba a verla otra vez.

Faltaban dos minutos para que llegara el metro.



Hace un montón que escribí esto, y ya no le encuentro mucho sentido, pero la verdad es que me hace gracia. Que triste tener que buscar cosas antiguas para poner en el blog, pero es que últimamente no se me ocurre nada decente. Ahí queda eso.

lunes, 22 de abril de 2013


“En muchas ocasiones, a lo largo de mi vida me he sentido indefenso. Es quizás el dolor más agudo que una persona puede conocer, basado en la frustración y la rabia inútil. El pinchazo de una espada en el brazo del soldado en combate no puede compararse con la angustia del prisionero cuando escucha el chasquido del látigo. Incluso si el látigo no azota el cuerpo del prisionero indefenso, sin duda provoca una profunda herida en su alma.

Todos somos prisioneros en un momento u otro de nuestras vidas, prisioneros de nosotros mismos o de las expectativas de aquellos que nos rodean. Es una carga que soportamos todos , que todos odiamos y que muy pocos consiguen eludir.

En mi obcecamiento juvenil creí que podía valerme solo. La arrogancia me convenció de que con la voluntad era bastante para superar la indefensión. Reconozco que fue una idea errónea, porque, cuando rememoro aquellos años, veo claramente que casi nunca estuve solo y casi nunca tuve que estar solo.”

lunes, 8 de abril de 2013

-¿Por qué no te casas?
+Me gusta demasiado ir en tren. Una vez te casas ya nunca puedes sentarte junto a la ventanilla.

Franny y Zooey.

lunes, 1 de abril de 2013

Volar

Cuando era pequeño y soñaba que volaba lo hacia como nadando, muy mal, me daba cuenta hasta yo que mi estilo no era muy bueno. Lo curioso es que con los años he ido puliendo mi técnica sin darme cuenta hasta que hace unos días me fijé que lo hacia sin pensar. Podia subir metros y metros y luego ir planeando a donde quisiera, se convirtió en algo muy natural.

No se, me hizo bastante gracia pensar que había aprendido a volar soñando.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Oh, vete ya

Una versión de la canción de Perales, "Por qué te vas".


Hoy en mi ventana brilla el sol
y un corazon
se pone alegre contemplando la ciudad
Oh, vete ya.

como cada noche desperte 

sin pensar en ti
y en mi reloj todas las horas vi pasar
oh, vete ya.

todas las promesas de dolor se iran contigo
te olvidaré, te olvidaré
junto a la estacion yo reiré igual que un niño
oh, vete ya, oh vete ya.


Bajo la penumbra de un farol
se despertarán
todas las cosas que quedaron por decir
se despertarán

junto a las manillas de un reloj
si, correrán
todas las horas que quedaron por vivir
si, correrán

todas las promesas de dolor se iran contigo 

te olvidaran, te olvidaran
junto a la estacion yo reiré igual que un niño
oh, vete ya, oh vete ya.
No hay mejor día que hoy para escuchar esta canción. Aunque últimamente escucho tanto Extremoduro como en los viejos tiempos.

lunes, 28 de enero de 2013

La tarta


Un día vas paseando por la calle, o estás en un restaurante, o leyendo en el metro, puede que incluso una mañana en un parque mientras escuchas piar a los pájaros. Antes de probarla, antes de saber que existía siquiera, te daba totalmente igual, pero ¡Ay amigo! Llega el día en que la ves con tus propios ojos por primera vez, y todo empieza a cambiar. Por primera vez la pruebas y dices: “No está nada mal.” Y cada vez te vas enganchando más a esa mala droga que es la tarta de chocolate. Te das cuenta de que no puedes pasar un dia lejos de esa tarta, un día sin hablarla, sin verla, sin saber que está ahí. Pero también te das cuenta de que no puedes tenerla, de que esa tarta no es para ti. Esa tarta por la que lo darías todo, esa tarta con la que estarías en los malos y buenos momentos, con la que estarías estuvieras triste o feliz, intentando que los momentos de tristeza fueran menos tristes y que los felices fueran aún mejores. Sabes tantas cosas ya... El fin del mundo estaría cerca si esa tarta estuviera en él, los precipicios los saltarías a la pata coja si estuviera al otro lado, y el mayor daño que podría sufrir sería que su cobertura de chocolate estuviera un pelín más caliente de lo normal.

Llega el momento en el que te das cuenta de que ya no puedes vivir sin esa tarta, de que está tan dentro de ti que ya forma parte de la membrana de tus células. A pesar de que tú no formas parte de ella en casi ningún sentido. ¿Qué haces ahora? Pues intentas dejar de lado la tarta, olvidarla, eliminarla de tu organismo y esperar a que otra tarta que si pueda ser tuya llegue, o no. Y lo puedes llegar a conseguir, o al menos eso dicen los libros de repostería. Pero ten cuidado compañero pastelero, solo con volver a hablar con ella, con volver a oler su bello perfume achocolatado o simplemente con verla desde lejos, volverás a caer, puede que aún más profundamente que antes, en su espesa cobertura de chocolate y pobre de ti si te pasa eso. Olvida mientras sea posible. Solo queda encontrar una tarta hecha a tu medida, solo para ti, que conecte con tus neuras y tu con las suyas y que no te cause una indigestión, ni por exceso de azúcar ni por un error del pastelero al confundir el jarabe de azúcar con lejía.

Evidentemente estamos hablando de una tarta mágica.