Un día vas paseando por la calle, o estás en un restaurante,
o leyendo en el metro, puede que incluso una mañana en un parque mientras
escuchas piar a los pájaros. Antes de probarla, antes de saber que existía
siquiera, te daba totalmente igual, pero ¡Ay amigo! Llega el día en que la ves
con tus propios ojos por primera vez, y todo empieza a cambiar. Por primera vez
la pruebas y dices: “No está nada mal.” Y cada vez te vas enganchando más a esa
mala droga que es la tarta de chocolate. Te das cuenta de que no puedes pasar
un dia lejos de esa tarta, un día sin hablarla, sin verla, sin saber que está
ahí. Pero también te das cuenta de que no puedes tenerla, de que esa tarta no
es para ti. Esa tarta por la que lo darías todo, esa tarta con la que estarías
en los malos y buenos momentos, con la que estarías estuvieras triste o feliz,
intentando que los momentos de tristeza fueran menos tristes y que los felices
fueran aún mejores. Sabes tantas cosas ya... El fin del mundo estaría cerca si
esa tarta estuviera en él, los precipicios los saltarías a la pata coja si
estuviera al otro lado, y el mayor daño que podría sufrir sería que su
cobertura de chocolate estuviera un pelín más caliente de lo normal.
Llega el momento en el que te das cuenta de que ya no puedes
vivir sin esa tarta, de que está tan dentro de ti que ya forma parte de la
membrana de tus células. A pesar de que tú no formas parte de ella en casi
ningún sentido. ¿Qué haces ahora? Pues intentas dejar de lado la tarta,
olvidarla, eliminarla de tu organismo y esperar a que otra tarta que si pueda
ser tuya llegue, o no. Y lo puedes llegar a conseguir, o al menos eso dicen los
libros de repostería. Pero ten cuidado compañero pastelero, solo con volver a
hablar con ella, con volver a oler su bello perfume achocolatado o simplemente
con verla desde lejos, volverás a caer, puede que aún más profundamente que
antes, en su espesa cobertura de chocolate y pobre de ti si te pasa eso. Olvida
mientras sea posible. Solo queda encontrar una tarta hecha a tu medida, solo
para ti, que conecte con tus neuras y tu con las suyas y que no te cause una indigestión,
ni por exceso de azúcar ni por un error del pastelero al confundir el jarabe de
azúcar con lejía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario