Faltaban dos minutos para que llegara el metro, dos minutos
que pasaría leyendo sentado en el suelo del andén. Eso es lo que la gente veía,
a un tipo sentado en el suelo leyendo. ¿Sería en ese vagón? Por dios, ¿y si
fuera en el siguiente?¿Cómo podría saberlo? Ni siquiera se cuestionaba que
quizás no fuera hoy sino mañana. Se quedó congelado, viendo pasar el metro,
vagón tras vagón.
Faltaban cinco minutos para que llegara el metro, cinco
minutos que pasaría leyendo sentado en el suelo del andén. O quizás seguía sin
leer, con la mirada perdida como siempre, enfocando a ninguna parte. Esta vez
se montaría, aunque no sabía muy bien para qué o por qué, si esperaba encontrar
algo que sabía que no iba a estar ahí. Si, iba a entrar, a sentarse y a buscar
con la mirada cada antebrazo, como si el tiempo en verdad no hubiera borrado
esa imagen. Pero era evidente que la había borrado, todo había sido dejado
atrás. ¿Quizás eso que se intuía por encima de la muñeca era...? No, no podía
serlo. Evidentemente no lo era.
Tendría que esperar hasta que su piel se arrugara y los
gatos se hicieran viejos. Distinguiría esos dos rayos verdes en cuanto los
viera. Pero no sabía si seguiría buscándolos cada día. Todos los días viendo
pasar los vagones uno tras otro, sabiendo que no iba a verla otra vez.
Hace un montón que escribí esto, y ya no le encuentro mucho sentido, pero la verdad es que me hace gracia. Que triste tener que buscar cosas antiguas para poner en el blog, pero es que últimamente no se me ocurre nada decente. Ahí queda eso.
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