sábado, 25 de febrero de 2012

Insomnio

Los días marchaban lentos y pesados, como una cadena de reos que avanzaban con pena y reticencia hacia su condena. Mientras, él permanecía aislado; aislado por paredes y libros, pasando febrilmente una amarillenta página tras otra a la luz fútil y parpadeante de una vela.
Allí abajo no había distinción entre el día y la noche, comía cuando se acordaba de alargar la mano hacía el montón de mendrugos de pan duro y dormía sin apenas darse cuenta, de parpadeo en parpadeo, de cabezada en cabezada. Sólo el consumo del cabo de la vela daba cuenta del paso del tiempo en aquella lúgubre biblioteca.
Le escocían los ojos del esfuerzo al descifrar la menuda y apretada caligrafía de algunos de los manuscritos más antiguos, ello unido también al humo dulzón que desprendía el cabo ardiendo al derretir la cera. Tenía la espalda entumecida a causa de la encorvada posición que adoptaba para poder acercar los libros a la vela; pero aún así no podía detenerse. En algún lugar en aquella montaña de tomos y tomos tenía que haber algún texto que explicase el origen de La Guerra, porque desde luego nadie que aún viviese lo recordaba.
El odio se había ido heredando de generación en generación, justificándose con actos nimios al carecer en el fondo de una razón de peso, pero la verdad es que eso daba igual. A lo largo del curso de la contienda, ambos bandos habían cometido suficientes atrocidades para justificarse otros 300 años de odio y venganzas.
Había encontrado la biblioteca por casualidad, deambulando entre las ruinas abandonadas de Ayak, que antaño había sido la academia principal del Imperio, mientras recordaba entristecido su adiestramiento. El derrumbamiento de algún muro había abierto una claraboya en una de las cúpulas de la biblioteca subterránea, dejando al descubierto una pequeña parte de la misma. Descendió entre los escombros mientras recordaba la 2ª etapa de su adiestramiento. Aún le parecía oír la voz del viejo maestro, insistiendo en que toda la historia acontecida después del uso de la escritura estaba recogida en las distintas academias del Imperio. De ser eso cierto no tendría más que tener paciencia y buscar, página tras página y libro tras libro.
Perdió la noción del tiempo, la recuperó y la volvió a perder antes de dar con el libro que buscaba, y cuando salió de la sala trepando por la pila de escombros, con un viejo libro de tapas verdes bajo el brazo, alzó la vista hacia el cielo y observó que los pálidos y finos jirones de Narb estaban a punto de tocar los extremos del firmamento, dando paso a un nuevo día.
El mundo seguía desmembrado y ardiendo de confín a confín, tal y como lo había dejado, pero ahora (al menos) creía comprender por qué.

Somodgy

Que conste que no es mia esta historia, sino de un amigo que escribe muuuuuuuy bien. Un aplauso para él.