lunes, 22 de abril de 2013


“En muchas ocasiones, a lo largo de mi vida me he sentido indefenso. Es quizás el dolor más agudo que una persona puede conocer, basado en la frustración y la rabia inútil. El pinchazo de una espada en el brazo del soldado en combate no puede compararse con la angustia del prisionero cuando escucha el chasquido del látigo. Incluso si el látigo no azota el cuerpo del prisionero indefenso, sin duda provoca una profunda herida en su alma.

Todos somos prisioneros en un momento u otro de nuestras vidas, prisioneros de nosotros mismos o de las expectativas de aquellos que nos rodean. Es una carga que soportamos todos , que todos odiamos y que muy pocos consiguen eludir.

En mi obcecamiento juvenil creí que podía valerme solo. La arrogancia me convenció de que con la voluntad era bastante para superar la indefensión. Reconozco que fue una idea errónea, porque, cuando rememoro aquellos años, veo claramente que casi nunca estuve solo y casi nunca tuve que estar solo.”

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