“En muchas ocasiones, a lo largo de mi vida me he sentido
indefenso. Es quizás el dolor más agudo que una persona puede conocer, basado
en la frustración y la rabia inútil. El pinchazo de una espada en el brazo del
soldado en combate no puede compararse con la angustia del prisionero cuando
escucha el chasquido del látigo. Incluso si el látigo no azota el cuerpo del
prisionero indefenso, sin duda provoca una profunda herida en su alma.
Todos somos prisioneros en un momento u otro de nuestras
vidas, prisioneros de nosotros mismos o de las expectativas de aquellos que nos
rodean. Es una carga que soportamos todos , que todos odiamos y que muy pocos
consiguen eludir.
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