jueves, 25 de abril de 2013

Dos minutos


Faltaban dos minutos para que llegara el metro, dos minutos que pasaría leyendo sentado en el suelo del andén. Eso es lo que la gente veía, a un tipo sentado en el suelo leyendo. ¿Sería en ese vagón? Por dios, ¿y si fuera en el siguiente?¿Cómo podría saberlo? Ni siquiera se cuestionaba que quizás no fuera hoy sino mañana. Se quedó congelado, viendo pasar el metro, vagón tras vagón.

Faltaban cinco minutos para que llegara el metro, cinco minutos que pasaría leyendo sentado en el suelo del andén. O quizás seguía sin leer, con la mirada perdida como siempre, enfocando a ninguna parte. Esta vez se montaría, aunque no sabía muy bien para qué o por qué, si esperaba encontrar algo que sabía que no iba a estar ahí. Si, iba a entrar, a sentarse y a buscar con la mirada cada antebrazo, como si el tiempo en verdad no hubiera borrado esa imagen. Pero era evidente que la había borrado, todo había sido dejado atrás. ¿Quizás eso que se intuía por encima de la muñeca era...? No, no podía serlo. Evidentemente no lo era.

Tendría que esperar hasta que su piel se arrugara y los gatos se hicieran viejos. Distinguiría esos dos rayos verdes en cuanto los viera. Pero no sabía si seguiría buscándolos cada día. Todos los días viendo pasar los vagones uno tras otro, sabiendo que no iba a verla otra vez.

Faltaban dos minutos para que llegara el metro.



Hace un montón que escribí esto, y ya no le encuentro mucho sentido, pero la verdad es que me hace gracia. Que triste tener que buscar cosas antiguas para poner en el blog, pero es que últimamente no se me ocurre nada decente. Ahí queda eso.

lunes, 22 de abril de 2013


“En muchas ocasiones, a lo largo de mi vida me he sentido indefenso. Es quizás el dolor más agudo que una persona puede conocer, basado en la frustración y la rabia inútil. El pinchazo de una espada en el brazo del soldado en combate no puede compararse con la angustia del prisionero cuando escucha el chasquido del látigo. Incluso si el látigo no azota el cuerpo del prisionero indefenso, sin duda provoca una profunda herida en su alma.

Todos somos prisioneros en un momento u otro de nuestras vidas, prisioneros de nosotros mismos o de las expectativas de aquellos que nos rodean. Es una carga que soportamos todos , que todos odiamos y que muy pocos consiguen eludir.

En mi obcecamiento juvenil creí que podía valerme solo. La arrogancia me convenció de que con la voluntad era bastante para superar la indefensión. Reconozco que fue una idea errónea, porque, cuando rememoro aquellos años, veo claramente que casi nunca estuve solo y casi nunca tuve que estar solo.”

lunes, 8 de abril de 2013

-¿Por qué no te casas?
+Me gusta demasiado ir en tren. Una vez te casas ya nunca puedes sentarte junto a la ventanilla.

Franny y Zooey.

lunes, 1 de abril de 2013

Volar

Cuando era pequeño y soñaba que volaba lo hacia como nadando, muy mal, me daba cuenta hasta yo que mi estilo no era muy bueno. Lo curioso es que con los años he ido puliendo mi técnica sin darme cuenta hasta que hace unos días me fijé que lo hacia sin pensar. Podia subir metros y metros y luego ir planeando a donde quisiera, se convirtió en algo muy natural.

No se, me hizo bastante gracia pensar que había aprendido a volar soñando.