lunes, 28 de enero de 2013

La tarta


Un día vas paseando por la calle, o estás en un restaurante, o leyendo en el metro, puede que incluso una mañana en un parque mientras escuchas piar a los pájaros. Antes de probarla, antes de saber que existía siquiera, te daba totalmente igual, pero ¡Ay amigo! Llega el día en que la ves con tus propios ojos por primera vez, y todo empieza a cambiar. Por primera vez la pruebas y dices: “No está nada mal.” Y cada vez te vas enganchando más a esa mala droga que es la tarta de chocolate. Te das cuenta de que no puedes pasar un dia lejos de esa tarta, un día sin hablarla, sin verla, sin saber que está ahí. Pero también te das cuenta de que no puedes tenerla, de que esa tarta no es para ti. Esa tarta por la que lo darías todo, esa tarta con la que estarías en los malos y buenos momentos, con la que estarías estuvieras triste o feliz, intentando que los momentos de tristeza fueran menos tristes y que los felices fueran aún mejores. Sabes tantas cosas ya... El fin del mundo estaría cerca si esa tarta estuviera en él, los precipicios los saltarías a la pata coja si estuviera al otro lado, y el mayor daño que podría sufrir sería que su cobertura de chocolate estuviera un pelín más caliente de lo normal.

Llega el momento en el que te das cuenta de que ya no puedes vivir sin esa tarta, de que está tan dentro de ti que ya forma parte de la membrana de tus células. A pesar de que tú no formas parte de ella en casi ningún sentido. ¿Qué haces ahora? Pues intentas dejar de lado la tarta, olvidarla, eliminarla de tu organismo y esperar a que otra tarta que si pueda ser tuya llegue, o no. Y lo puedes llegar a conseguir, o al menos eso dicen los libros de repostería. Pero ten cuidado compañero pastelero, solo con volver a hablar con ella, con volver a oler su bello perfume achocolatado o simplemente con verla desde lejos, volverás a caer, puede que aún más profundamente que antes, en su espesa cobertura de chocolate y pobre de ti si te pasa eso. Olvida mientras sea posible. Solo queda encontrar una tarta hecha a tu medida, solo para ti, que conecte con tus neuras y tu con las suyas y que no te cause una indigestión, ni por exceso de azúcar ni por un error del pastelero al confundir el jarabe de azúcar con lejía.

Evidentemente estamos hablando de una tarta mágica.